Al
final del panteón encontré una tumba abierta.
Me recosté en el fondo viendo hacia el
cielo hasta que me quedé dormido.
Hoy he muerto.
Caminaba por las veredas de un cerro,
el cerro que bordea al
panteón donde quedé dormido.
Yo recorría el camino de la tarde entre los crepúsculos
del ocaso.
Ahí las flores, antes que muerte, señalan vida.
Detrás de un
árbol se escondía la verdad de quién envejece.
Nunca pude
mirarla de frente,
siempre se esconde bajo el nombre de la suerte.
Seguí de frente hasta llegar a la población más cercana,
entonces me perseguían los demonios y ángeles que construí a escondidas del
clero.
Es decir, mis ángeles y demonios.
En una ermita, la mirada sagrada del hombre clavado
se lanzó furiosa cuestionándome.
No permití tal abuso.
Levanté la vista, le sostuve la mirada y le dije suavemente:
“la eternidad me pertenece”.
Aquel se lanzó, con todas sus fuerzas, a tratar de aplastarme.
Envío una plaga de moscas y tres pestes negras.
Yo lo seguí mirando en silencio,
hasta que me aburrí:
“no creo en ti”.
20 de abril 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario